El resultado electoral de Estaos Unidos: desafío y nueva oportunidad para Cuba
El resultado de las recientes elecciones en Estados Unidos constituye un desafío y ofrece una nueva oportunidad para el gobierno de Cuba.
La suspensión del embargo -el reclamo central sostenido durante décadas por el gobierno cubano- no depende ni de quien ocupe la silla presidencial en Estados Unidos, ni de las resoluciones de condena que Cuba presenta cada año en la Asamblea General de las Naciones Unidas: depende de acciones efectivas de las autoridades cubanas, hasta ahora ausentes y del Congreso norteamericano.
El embargo es una responsabilidad bilateral. Data de octubre de 1960, cuando la Casa Blanca prohibió todas las exportaciones a Cuba, excepto comestibles y medicinas. Surgió de causas económicas y políticas en el contexto de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que comenzaron por la afectación de la Ley de Reforma Agraria de 1959 a las propiedades norteamericanas, y por la suspensión de la cuota de azúcar que ese país compraba a la Isla.
El conflicto condujo a la ruptura de las relaciones diplomáticas hasta desembocar, en el aspecto económico, en la Ley de Comercio con el enemigo de febrero de 1962 y en consecuencia, en el establecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero. Una escalada que ha atravesado las doce administraciones estadounidenses que van de Dwight D. Eisenhower (1953-1961) a Donald Trump (2017-2020).
Cuando la política se sustituye por la fuerza, emergen las confrontaciones. Y cuando las partes involucradas fracasan por ese camino, se impone el regreso a la política, a la negociación. Ese cambio implica el reconocimiento de que la vía de la fuerza era inviable, y en consecuencia, la disposición a cambiar.
El cambio requiere un análisis crítico, no sólo de las causas que condujeron a la ruptura de las relaciones diplomáticas en 1961, que de una u otra forma se conocen, sino de los factores que, después del restablecimiento de esas relaciones en 2015, desembocaron nuevamente en la confrontación.
Si en realidad se quiere regresar a una normalidad que beneficie a ambas naciones, como se trata de una responsabilidad bilateral, a cada parte le corresponde introducir las correcciones correspondientes. Cualquier planteamiento dirigido a que el otro es el que tiene que cambiar, constituiría un prueba fehaciente de que se prefiere continuar en el marco de la confrontación.
El 20 de enero de 2015, el presidente Barack Obama en el discurso del estado de la Unión, planteó: “Estamos poniendo fin a una política que debería haber terminado hace tiempo. Cuando uno hace algo que no funciona durante 50 años es hora de probar algo nuevo” “Y este año, el Congreso debería iniciar el trabajo de poner fin al embargo”. “nuestro cambio de política hacia Cuba tiene el potencial para terminar con un llegado de desconfianza en nuestro hemisferio”. “Desde que soy Presidente, hemos trabajado con responsabilidad para reducir la población de Guantánamo a la mitad. Ahora es el momento de terminar el trabajo. Y no cejaré en mi determinación de cerrarla”[1]. En consecuencia su administración dictó un conjunto de medidas, desde antes del restablecimiento de las relaciones diplomáticas que flexibilizaron las restricciones para el comercio y el intercambio.
La parte cubana que es la nos atañe eliminó algunas restricciones, como fueron permitir a los cubanos entrar a los hoteles dispuestos sólo para turistas extranjeros, vender la vivienda o el automóvil de su propiedad. Esas y otras medidas, que sin dudas eran necesarias, eludieron la causa principal: las trabas impuestas a las fuerzas productivas y a las libertades de los cubanos para participar como sujetos activos en el desarrollo de su país.
Faltaron medidas esenciales que hoy continúan en la lista de espera para su aplicación. Me refiero a la creación de micros, pequeñas y medianas empresas con personalidad jurídica, a la liberación del comercio interior y exterior, a la entrega de la tierra en usufructo en propiedad. Medidas que estimularían la iniciativa popular, el interés de los productores y fortalecería al sector privado, que es el más dinámico, y propiciaría el surgimiento de una clase media, hoy necesaria, pero inexistente.
Son medidas que además de constituir una exigencia del desarrollo y de la modernidad, devolverían a los cubanos los derechos y libertades ausentes durante la larga confrontación entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos.
Esos pasos, que no se dieron cuando Obama dictó los seis paquetes de medidas, están pendientes en la agenda de Cuba. De proceder a su implementación se crearía un escenario favorable, no sólo para que la administración de Joe Biden restituya las medidas suspendidas por Trump, sino para de forma efectiva desmontar los argumentos que sostiene el Congreso estadounidense para mantener el embargo.
Con independencia de los pasos y medidas que dicte la nueva administración norteamericana, los pasos mencionados competen y dependen únicamente y exclusivamente de la parte cubana. De caminar en esa dirección se produciría un renacimiento de la economía nacional y se reconvertiría a los cubanos en ciudadanos: dos factores ineludibles para sacar al país del empantanamiento en que está sumido. Pero sobre todo, no se trata de un acto de rendición ante el enemigo, sino de una necesidad de la nación cubana.