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La crisis de Cuba y la importancia del diálogo

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La crisis de Cuba y la importancia del diálogo

Septiembre 22, 2021 - 07:43
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Ante el actual escenario, el Gobierno no tendrá más remedio que enfrentar la guerra civil latente o un proceso de diálogo-negociación.

La tesis de que los grandes problemas no se resuelven hasta que no hacen crisis parece desmentida por Cuba, donde en lugar de solucionarse, se profundizan. Solo que la apariencia no es la realidad. La prolongación de la crisis cubana tiene su raíz en el giro del proceso revolucionario hacia el totalitarismo, el cual ha retardado, pero puede detener indefinidamente su solución. La protesta masiva del 11J lo demuestra. De ella emanan dos enseñanzas: una, que la crisis cubana —la más profunda y prolongada de su historia— es inherente al modelo totalitario; dos, que sin libertades, las soluciones demoran pero no se evitan.

Los factores internos y externos que permitieron al Gobierno cubano eludir los cambios hoy no existen. La combinación entre ineficiencia del modelo, el conflicto con Estados Unidos, la pandemia del Covid-19, y la incapacidad e imposibilidad de pagar la deuda externa, de adquirir nuevos préstamos y atraer inversión de capital, imposibilitan mantener la misma conducta sin provocar una catástrofe social de consecuencias incalculables.

Ante el actual escenario, caracterizado por la irrupción de los cubanos en las redes sociales, el descontento popular creciente y el renacimiento de la conciencia cívica, el Gobierno, aunque continué maniobrando en busca de un nuevo padrino en la arena internacional o de una salida que no implique la pérdida del poder —parece que esta es la razón de la visita oficial del presidente cubano a México—, ante el empeoramiento no tendrá más remedio que enfrentar la guerra civil latente o un proceso de diálogo-negociación.

Si la guerra es la continuación de la política por otros medios —como la definió Klausewitz—, la política es el arte de solución de conflictos mediante el diálogo y la negociación. Más allá de "victorias" efímeras y coyunturales, si las causas de los conflictos no se atienden, éstos resurgen con mayor violencia, lo que indica que el diálogo es ineludible.

Tan evidente es la necesidad del diálogo, que el Gobierno cubano intenta sustituirlo con las reuniones que frente a la prensa oficial viene celebrando con grupos de trabajadores, campesinos, estudiantes, artistas y periodistas, en las que los participantes, el lugar y el tema los decide el poder.

Ese pseudo diálogo, encasillado en límites preestablecidos como "dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada", no pasa de ser un intento de cambiar la forma para conservar el contenido y emitir señales falsas. Se trata de un esfuerzo dilatorio, pero inútil, porque ni los encuentros califican como diálogo, ni representan lo que los cubanos necesitan con urgencia: el restablecimiento de las libertades que fueron suprimidas desde 1959, cuando el Gobierno, convertido en fuente de derecho, sustituyó la Constitución de 1940 por los estatutos constitucionales conocidos como Ley Fundamental del Estado Cubano, desde los cuales procedió a eliminar la propiedad privada, sustituir la sociedad civil y monopolizar la enseñanza, los medios de comunicación y las instituciones culturales.

En dirección contraria, el intento de cambiar, al margen del diálogo, implica el empleo de la fuerza, para lo cual se requiere de un poder al menos similar a la que posee el Gobierno. En mi opinión, si esa fuerza existiera, su empleo conduciría a nuevos fracasos, porque en la violencia se imponen los más violentos, los que luego, convertidos en poder, tienden a resultar peores que los vencidos.

La pérdida de las libertades en Cuba —oxígeno del organismo social— condujo al desinterés por los resultados de la producción y los servicios, donde está la raíz de la crisis sostenida. La lección es clara: con una sociedad monopolizada por un Partido, que a la vez es Estado y Gobierno, y un pueblo reducido a la condición de súbdito, es imposible la paz, el bienestar y el progreso social, y por tanto la salida de la crisis. En la protesta masiva del 11J, a diferencia de sucesos anteriores, como fue el "Maleconazo" de agosto de 1994, donde la motivación principal era abandonar el país, ahora los participantes reclamaban cambios y libertades.

La solución de cualquier problema tiene por premisa la determinación de sus causas. Si la crisis cubana persiste, es precisamente porque se han soslayado sus verdaderas causas; por tanto, cualquier salida tiene que transitar por el restablecimiento de los puentes destruidos: las libertades ciudadanas.

El diálogo —arte de conciliar intereses— implica el reconocimiento mutuo de las partes en condiciones de igualdad, donde los participantes se alternan en el papel de emisor y receptor. Su aceptación, como esencia de las relaciones humanas, exige renunciar al mantenimiento de la supremacía excluyente y la disposición a ceder en algo. Hasta hoy, el Gobierno cubano se niega a dar ese paso. Pero eso no significa que tal conducta sea sostenible. Considerarse en posición ventajosa y desde ella designar a los participantes, la agenda, el lugar y las condiciones, es cualquier cosa menos lo que Cuba necesita.

Dialogar no es renunciar ni rendirse, sino una oportunidad de comunicación directa para aclarar posturas y realizar propuestas de cambios. Y como los cambios son permanentes, el diálogo constituye una necesidad del presente y del futuro, lo que obliga a potenciarlo como punto de partida, como concepto esencial, como principio rector y como estrategia permanente.

La fuerza se emplea para vencer, la negociación para solucionar; por tanto, no existen métodos para la solución de conflictos, sino un método: el diálogo y la negociación, que comprende la creación de climas de confianza, el respeto a la otra parte, flexibilidad, ponderación y objetividad en las demandas, como único camino viable, seguro y positivo para la solución de conflictos.

En el caso cubano, con el antecedente de seis décadas de totalitarismo, el diálogo requiere de un esfuerzo inmenso, dentro y fuera del territorio nacional. Es difícil, pero no hay otras opciones. Partir de la convicción de que la solución de la crisis pasa por el diálogo, constituye un paso importante.

El diálogo en Cuba tiene un objetivo: cambiar. Y ese cambio comienza por la restauración de los derechos y libertades, para que los cubanos, reconvertidos en ciudadanos, puedan participar como protagonistas.

Para el fin propuesto se requieren acciones conjuntas y simultáneas. El Partido-Estado-Gobierno tiene, definitivamente, que profundizar las medidas implementadas hasta admitir la existencia de la empresa privada, sin subordinación alguna a la fallida empresa estatal; con derechos como la libertad para producir o brindar servicios, comprar y vender, al interior y al exterior, sin la intermediación del Estado. Ese paso tiene que acompañarse del derecho a la libertad de expresión, de la división de los poderes públicos para que el judicial sea independiente y, por último, del derecho de los cubanos a elegir libremente a sus dirigentes.

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