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Médicos cubanos: humanismo y solidaridad, pero sin dignidad

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Médicos cubanos: humanismo y solidaridad, pero sin dignidad

Abril 08, 2020 - 07:46
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Los médicos en Cuba carecen de una condición básica para el humanismo y la solidaridad, que es inmanente a la persona humana.

En medio del fragor del coronavirus, los medios de comunicación oficiales de Cuba han retomado el envío de misiones a otros países para resaltar el humanismo y la solidaridad de los médicos cubanos. La campaña ha reavivado, dentro y fuera de Cuba, el debate que tuvo lugar en 2018, cuando el Gobierno cubano retiró los 8.332 médicos que tenía prestando servicios con el programa Más Médicos en Brasil.

El debate acerca de un tema tan sensible obliga a colocar, en primer lugar, a la persona humana como fin en sí mismo y no como medio para otros fines. Ese enfoque revela dos realidades diferentes:

De un lado tres grandes verdades: El sistema de salud cubano gradúa anualmente un número de galenos que supera a la mayoría de los países, algo admirable por lo que significa esa especialidad para el bienestar social. Decenas de miles de médicos cubanos, apartados de sus seres queridos, han marchado a los rincones más apartados del planeta a riesgo de sus vidas de forma voluntaria. El valor de esa conducta es, sin duda, aplaudible por personas de dentro y fuera de Cuba, dice mucho de nuestros galenos y explica la imagen positiva que proyectan ante el mundo.

De otro lado: A diferencia de los médicos de otros países, los cubanos solo marchan a las misiones cuando son seleccionados, contratados y enviados por una agencia estatal del Gobierno de Cuba; es decir, no deciden por sí mismos cuando, a dónde y en qué condiciones ir. Sus salarios son cobrado por el Estado que los alquila, el cual se apropia aproximadamente de las tres cuartas partes del dinero devengado. Tampoco los galenos cubanos pueden viajar —salvo raras excepciones— con sus familiares, con el perjuicio que significa las separaciones prolongadas del hogar. A los que por cualquier razón deciden abandonar las misiones se les califica de desertores y se les prohíbe regresar a su patria durante ocho años; es decir, forman parte de un ejército.

La pregunta que puede hacerse cualquier espectador, desconocedor de la naturaleza del modelo político-económico cubano es: ¿por qué si no se les obliga a ir, aceptan someterse a esas condiciones, en lugar de negarse? La respuesta es elemental. Marchan "voluntariamente", pero esa "voluntad" oculta una realidad: los salarios que reciben estando en Cuba, aunque son de los más altos del país, resultan insuficientes.

Las aspiraciones de comprar o construir una vivienda propia, de adquirir un medio de locomoción o comprar algún que otro efecto electrodoméstico, es imposible para esos médicos por la desfavorable relación entre salario y precios. No cuentan con verdaderos sindicatos ni con otra asociación independiente del Estado que defienda sus intereses. A ello se añade que negarse, aunque sea voluntario, tiene consecuencias. El sistema de salud cubano es totalmente estatal, el que se niegue podría confrontar serias dificultades.

Esa carencia de autonomía del galeno cubano permite al Estado exhibir ante el mundo, una elevada capacidad para responder de forma inmediata ante fenómenos como la epidemias y los desastres naturales.

Esas razones, entre otras, explican el porqué, aunque solo reciban una cuarta parte de lo que pagan por ellos, con ese monto pueden satisfacer necesidades y aspiraciones que les serían imposibles con el salario que reciben en Cuba.

Es decir, a la razones de solidaridad se unen otras que no se manifiestan tan claramente; pero que se despejan cuando una parte de esos mismos galenos abandonan las misiones, dispuestos a pagar un alto precio: ser calificado como desertores y no poder regresar a su patria donde se encuentran sus hijos, padres, esposas, esposos o simples amigos, durante un tiempo tan prolongado como el de ocho años. Un ejemplo masivo ocurrió cuando el Gobierno cubano decidió retirar los médicos que tenía en Brasil y aproximadamente una cuarta parte de ellos, decidió no regresar.

En este punto tropezamos con un hecho aparentemente inexplicable. Los galenos cubanos carecen de una condición básica para el humanismo y la solidaridad: me refiero a la dignidad, que es inmanente a la persona humana. Como concepto, la dignidad designa la relación entre lo que se piensa y lo que se hace, sin que ninguna fuerza exterior pueda obligar a lo contrario. Lo otro es la actuación impuesta, ajena a su conciencia, que convierte al ser humano en objeto de otro, de un grupo, de un partido político o de una ideología.

Esta tesis la condensó José Martí en una frase magistral: "Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre". Y la Declaración Universal de los Derechos Humanos la recoge en su primer artículo: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos".

¿Qué está primero el hombre o la ideología? La respuesta en el caso de Cuba está clara: la ideología, el fin último al que está subordinado todo lo demás.

Del alquiler de los galenos el Estado cubano ha obtenido dos grandes dividendos: suplir en parte la ineficiencia del modelo estatizado y vender al mundo la imagen de médicos dispuestos a salvar vidas en cualquier lugar del mundo.

La retirada de los médicos de Brasil y la ruptura de los convenios con otros países como Bolivia y Ecuador, no podrán ser suplidas con nuevos envíos masivos a pesar del impacto que se desea producir con el envío de galenos a luchar contra el Covid-19.

Hoy, a causa de un modelo económico inviable y de la ausencia de voluntad política para cambiarlo, la exportación de servicios profesionales ha devenido una, sino la principal, fuente de ingresos del país. Por esos servicios —fundamentalmente médicos— el régimen cubano ha recibido miles de millones de dólares anuales; una actividad más lucrativa que las exportaciones de azúcar, de níquel y de otros productos, pero insostenible como lo han venido demostrado los hechos.

Cuba sí puede aumentar la presencia de galenos en el exterior, pero no en las condiciones de esclavitud moderna. Se impone pues, un giro radical que todos los trabajadores de la salud y el pueblo apoyarían: que puedan contratarse o brindarse libremente para marchar a otros países y que el Estado les cobre un impuesto sobre el salario percibido. Con esa medida ganarían los médicos, los países contratantes y el Estado cubano. Y sobre todo se rompería el inaceptable divorcio entre humanismo, solidaridad y dignidad.

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