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Separar la pelota de la política

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Separar la pelota de la política

Abril 12, 2017 - 14:12
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El retroceso de la pelota nacional y la conformación de un equipo unificado con atletas de la Isla y de las Grandes Ligas han encabezado los debates después del fracaso en el IV Clásico Mundial de Béisbol. Esos temas —de difícil comprensión sin acudir a la memoria histórica— en lugar de agotarse asumen mayor actualidad. La razón es sencilla: a pesar del retroceso sufrido, la pelota sigue siendo nuestro deporte nacional y por tanto nos atañe a todos.

Yoenis Céspedes, José Abreu y Alexei Ramírez. (MLB)

El retroceso

El béisbol profesional debutó en la Isla en la última década del siglo XIX. Desde 1907 equipos de las Ligas Negras de Estados Unidos venían a topar con Cuba y al año siguiente los Rojos de Cincinnati jugaron con equipos cubanos.

En 1908 el cubano Luis Padrón jugó con los Medias Blancas de Chicago en la pretemporada y desde 1911 los cubanos Armando Marsans y Rafael Almeida jugaron en las Grandes Ligas. Desde 1931 equipos norteamericanos sostenían encuentros en Cuba, que se extendieron hasta la serie de práctica de los Dodgers de Los Ángeles y los Rojos de Cincinnati en 1959. Tal proceso de intercambios se reflejó en una creciente calidad del béisbol cubano.

En 1939, tres meses después de inaugurado el famoso Hall de la Fama de Cooperstown, abrió sus puertas el Salón de la Fama de Cuba. De las cinco series mundiales amateurs que se celebraron en La Habana entre 1939 y 1943, los cubanos ganaron cuatro. También en los años 40 el Gran Stadium del Cerro pasó a ser la sede de la pelota cubana y se fundó la Liga Cubana con los equipos Habana, Almendares, Cienfuegos y Marianao. En 1949 la Serie del Caribe se inauguró en La Habana y de las 12 temporadas que participó Cuba ganó siete, las últimas cinco de forma consecutiva.

Desde 1954 los Cubans Sugar Kings[1] jugaban la mitad del tiempo en el estadio del Cerro y la otra mitad en el exterior. En 1960 ya la Isla tenía 98 jugadores en Grandes Ligas y 68 habían sido elegidos para el Salón de la Fama nacional. La Liga Cubana era el circuito principal en América Latina y su calidad era la segunda del mundo. Ese ascenso, dimensionado por la radio y la televisión, convirtieron la pelota en pasión de los cubanos.

La ausencia de un equipo unificado

Para este punto me apoyo en "Quién esconde los bates", artículo publicado en el diario Juventud Rebelde del domingo 26 de marzo de 2017. Según su autor, Norland Rosendo: "Antes que centrar el debate en por qué Cuba no asiste al Clásico con una selección unificada, habría que preguntarse por qué los cubanos no pueden jugar en las Grandes Ligas sin verse obligado a abandonar su país".

Acto seguido, el autor asegura que: "Si no fuera por el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos a nuestro país, los atletas cubanos, de cualquier deporte, pudieran tomar parte en los circuitos competitivos de aquella nación sin someterse a regulaciones especiales".

El articulista reduce el problema y una vez reducido arriba a la conclusión de que el bloqueo es el culpable, es decir, "el que esconde los bates".

Dos hechos no pueden obviarse en este análisis: 1- Que las relaciones entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos comenzaron a deteriorarse desde 1959 y que se tensaron con la nacionalización de las propiedades norteamericanas en Cuba y la ruptura de las relaciones diplomáticas; 2- Que la pelota profesional era dirigida por empresas privadas, independientes del Estado.

La Dirección General de Deportes, que había sido creada en la década del 40, no determinaba lo que era competencia de empresarios y franquicias. Esa institución pasó a ser dirigida en 1959 por el capitán del Ejército Rebelde, Felipe Guerra Matos.

El 25 de julio de julio de 1959 —víspera del aniversario del asalto al cuartel Moncada— el juego de la Liga Internacional, disputado en el Estadio del Cerro entre los Cubans Sugar Kings y los Red Wings, fue interrumpido a la media noche para celebrar el aniversario. Se apagaron las luces, se desplegó una bandera cubana en el jardín central y se tocó el himno nacional. Al encenderse nuevamente una multitud invadió el lugar y se oyeron disparos de festejo. Las balas perdidas impactaron en Frank Verdi, coach de tercera base, y en Leo Cárdenas, de los Sugar Kings. El juego fue suspendido, mientras el manager y el gerente general de los Red Wings trasladaron sus jugadores al Hotel Nacional.

Los funcionarios cubanos negaron que la situación hubiera estado fuera de control, pidieron disculpas por el incidente y ofrecieron garantías para los juegos. La dirección del equipo estadounidense no aceptó reanudar el juego ni continuar al día siguiente.

El hecho —como narra Peter C. Bjarkman en Fidel Castro y el Béisbol— fue el principio del fin de la Liga Internacional en la Isla. Al año siguiente (1960), la expropiación de las propiedades estadounidenses determinó que se rompiera definitivamente la conexión cuando la Isla estaba a un paso de obtener su propia franquicia para jugar en Grandes Ligas. La Liga Internacional le concedió a Frank J. Shaughnessy, su presidente, la potestad de trasladar las franquicias y alterar el calendario de juego. El 8 de julio de ese año los Cubans Sugar Kings fueron reubicados en la ciudad de Jersey, lo que precipitó los acontecimientos posteriores.

Con esa decisión de los empresarios deportivos los peloteros cubanos contratados no podían continuar jugando en los equipos de Cuba, tal como había ocurrido en los años 40, cuando el pacto establecido entre la Liga Cubana y las Grandes Ligas implicaba la pérdida de control sobre los jugadores que quedaban sujetos a las normas del Béisbol Profesional, como ocurrió con Orestes Miñoso, que al firmar con el Cleveland no podía seguir jugando en Cuba. Sin embargo, en esa oportunidad se impuso la negociación. El reclamo de la parte cubana obligó a introducir modificaciones en el acuerdo, tras lo cual las estrellas cubanas volvieron cada año a la Liga Cubana.

El 23 de febrero de 1961, después que Almendares y Cienfuegos disputaron el juego final de esa temporada, el Gobierno creó el Instituto Nacional de Deporte, Educación Física y Recreación (INDER), bajo la dirección de José Llanusa Gobel. Un mes después el INDER emitió el Decreto Nacional Número 936, mediante el cual se prohibió el deporte profesional. Comenzó así una batalla entre la llamada "pelota libre" contra la "pelota esclava", se suspendieron las trasmisiones del béisbol profesional norteamericanas, se calificó de traidor a todo el que intentará participar en esa pelota, se dejaron de mencionar a los cubanos destacados en la pelota "esclava", y se condenó la historia de la pelota profesional al ostracismo.

Tales medidas constituyeron un boomerang. La única perjudicada fue Cuba. Los cubanos reiniciaron el camino a las Grandes Ligas: el santiaguero Bárbaro Garbey, que escapó por el puerto de Mariel, y el habanero René Arocha, encabezaron un desfile que cada vez es más nutrido. Decenas y decenas de talentos jóvenes participan en las Ligas Mayores y Menores, quienes están impedidos de integrar un equipo unificado con los cubanos que juegan en la Isla.

La ausencia de un enfoque objetivo, de un problema negociable, sigue atado a la política. A fines de marzo de 2017, el director nacional de béisbol de Cuba, Yosvani Aragón, declaró que "no habrá equipo unificado hasta que Estados Unidos elimine las reglas del embargo que afectan a los peloteros", tal y como si fuera Estados Unidos el perjudicado. Y en sintonía con la abominable calificación de traidores, dijo que "No habrá concesiones que impliquen abrir las puertas a quienes negaron a su país o abandonaron delegaciones que contaban con sus esfuerzos".

Lo anterior indica que entre los obstáculos para recuperar la calidad de la pelota cubana y la conformación de un equipo unificado pasa por erradicar la subordinación de la pelota a la política e implementar las libertades para rescatar el interés de los deportistas. Después tendremos que recuperar la calidad de un deporte que había ascendido durante las siete décadas que precedieron a 1959, lo que no se logrará en el corto plazo.


 

[1] En 1946 el empresario George P. Foster montó en Cuba una franquicia con el nombre de Habana Cubans que jugó en la Liga Internacional de La Florida. En 1954 Bobby Maduro compó esa franquicia y le cambió el nombre por el de Cuban Sugar Kings o Havana Sugar Kings para participar en la Liga Internacional de nivel triple A, afiliada a los Rojos de Cincinnati. En 1959 los Cuban Sugar Kingsganaron la Liga Internacional contra los Minneapolis Millers en el Estadio del Cerro y después se coronaron campeones en la Pequeña Serie Mundial.

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